La música cubana bailable tiene una historia riquísima. Cerca de una decena o más de premios Grammy respaldan la calidad del género. Las orquestas cubanas, denominadas quizás erróneamente de música popular, llenan plazas europeas con miles de espectadores. Desde allí y hasta los países asiáticos florecen las escuelas de bailes latinos, entre ellos la modalidad del casino.
Sin embargo, en la tierra natal de esta música se perdieron los espacios que un día sirvieron para marcar una época de oro. Desaparecieron salones de baile y victrolas en los bares de esquina, arrasados por el viento de la revolución. Años más tarde, tuvieron su hora fatal los cabarets, los últimos salones de baile que tuvieron a su alcance los cubanos.
La dolarización del sistema hotelero y los centros de entretenimiento adjuntos, trajeron como consecuencia el alejamiento de los cubanos de esos centros nocturnos. Eran los únicos lugares donde los cubanos podían socializar al margen de las descargas, arrebatos y consignas políticas.
Para los músicos, muchos de ellos excelentes instrumentistas, los lugares de trabajo se redujeron, al no existir en la capital espacio para todos. Espacios que se llenan con el público extranjero, porque se paga la entrada en divisas, y aunque el turista aprecie la calidad musical del artista no la asume como muestra de identidad propia; además, llega a Cuba con diferentes fines. Paradoja surgida del mismo sistema cubano que gradúa cada año varias decenas de músicos y después no encuentran un escenario para mostrar su arte.
Una de las causas primordiales en este desastre de promoción artística, fue la vinculación de las actividades bailables y de música en general a fechas de promoción política, orientadas por organismos estatales.
Un fenómeno de nuevo cuño surgido a raíz de estos problemas, es la falta de talentos en el cancionero cubano. Un país que produjo figuras como Rita Montaner, Celia Cruz, Benny Moré, Freddy, la Lupe, Bola de Nieve, René Cabel, Olga Guillot, Fernando Albuerne, y muchos otros que harían interminable la lista. También conspira contra el mundo musical la poca actividad comercial de las disqueras, que fueron, en buena medida, responsables de la popularidad de muchas estrellas de la canción en la década de los años 50.
A pesar de los festivales programados para celebrar las fechas de aniversario de algunas figuras desaparecidas, no lanzan figuras nuevas, porque el objetivo es el de cumplir con el plan de trabajo diseñado. Y casi siempre se realizan en salas de teatro y no en espacios abiertos.
El éxito de cantantes extranjeros que relanzaron sus carreras al incursionar en el bolero, como es el caso de Luís Miguel, siendo Cuba la cuna del género, es un ejemplo que sirve para demostrar cuántas oportunidades hemos perdido al no potenciar con más energía la música cubana.
Sin embargo, en la tierra natal de esta música se perdieron los espacios que un día sirvieron para marcar una época de oro. Desaparecieron salones de baile y victrolas en los bares de esquina, arrasados por el viento de la revolución. Años más tarde, tuvieron su hora fatal los cabarets, los últimos salones de baile que tuvieron a su alcance los cubanos.
La dolarización del sistema hotelero y los centros de entretenimiento adjuntos, trajeron como consecuencia el alejamiento de los cubanos de esos centros nocturnos. Eran los únicos lugares donde los cubanos podían socializar al margen de las descargas, arrebatos y consignas políticas.
Para los músicos, muchos de ellos excelentes instrumentistas, los lugares de trabajo se redujeron, al no existir en la capital espacio para todos. Espacios que se llenan con el público extranjero, porque se paga la entrada en divisas, y aunque el turista aprecie la calidad musical del artista no la asume como muestra de identidad propia; además, llega a Cuba con diferentes fines. Paradoja surgida del mismo sistema cubano que gradúa cada año varias decenas de músicos y después no encuentran un escenario para mostrar su arte.
Una de las causas primordiales en este desastre de promoción artística, fue la vinculación de las actividades bailables y de música en general a fechas de promoción política, orientadas por organismos estatales.
Un fenómeno de nuevo cuño surgido a raíz de estos problemas, es la falta de talentos en el cancionero cubano. Un país que produjo figuras como Rita Montaner, Celia Cruz, Benny Moré, Freddy, la Lupe, Bola de Nieve, René Cabel, Olga Guillot, Fernando Albuerne, y muchos otros que harían interminable la lista. También conspira contra el mundo musical la poca actividad comercial de las disqueras, que fueron, en buena medida, responsables de la popularidad de muchas estrellas de la canción en la década de los años 50.
A pesar de los festivales programados para celebrar las fechas de aniversario de algunas figuras desaparecidas, no lanzan figuras nuevas, porque el objetivo es el de cumplir con el plan de trabajo diseñado. Y casi siempre se realizan en salas de teatro y no en espacios abiertos.
El éxito de cantantes extranjeros que relanzaron sus carreras al incursionar en el bolero, como es el caso de Luís Miguel, siendo Cuba la cuna del género, es un ejemplo que sirve para demostrar cuántas oportunidades hemos perdido al no potenciar con más energía la música cubana.
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