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“Me crié en el Rímac, por Próceres, un barrio muy movido. Había varios 'Juanito Alimaña’, 'Pedro Navaja’, 'Juana Peña’, todos estaban metidos allí. El barrio era muy musical. Había una peña, la gente entraba el jueves y salía el domingo. Eran unos astronautas: volaban a la luna y ya no querían bajar” (risas). Lucho Cueto, un fantástico pianista peruano que tocó varios años con Willie Colón y Celia Cruz, nos habla de su querido barrio, un lugar pobre y peligroso, pero entrañable.

¿ES UN ASTRONAUTA?
Siempre he sido centrado... a pesar de que en mi barrio todos le daban la vuelta al mundo (ríe). He sido, sí, un pandillero: hacíamos unos huecazos en la pista, los carros pasaban y les cobrábamos peaje.

¿QUÉ DECÍA SU MAMÁ?
Siempre me cuidó. Me pegaba con su 'San Martín’, un chicote. Mi papá, Lucho Cueto, era un bohemio, un compositor. Es autor de “Amigo, por qué tomas tanto, por qué acabas tu vida…”, la canción que hizo famosa a Carmencita Lara. Enrique Delgado, de Los Destellos, iba a mi casa.

USTED ES PIANISTA…
Aprendí de manera casual. Mi padre le regaló una licuadora a mi mamá, pero esta no funcionaba. Fue a devolverla y regresó con un teclado. Lo enchufé y empecé a sacar melodías. Mi mamá me puso a estudiar música. A los ocho meses ya estaba en el Conservatorio. Me gustaba el Conservatorio, pero mi barrio estaba lleno de salsa: mi primo César, el futbolista, tenía una gran colección de discos –le encantaba Colón– y yo los paraba escuchando.

¿LE SIRVIÓ EL CONSERVATORIO?
Me sirve hasta ahora: me dio técnica y allí aprendí a leer música. ¿Me siento un gran pianista? Aproveché mis oportunidades: fui, toqué y me volvieron a llamar. Eso quiere decir que estoy en algodón (ríe). Además, tengo feeling. Como dice Tito Rodríguez, el feeling no se lee en un pentagrama ni se compra en la China ni se encuentra en la botica.

¿POR QUÉ SE FUE A NUEVA YORK?
Por varias razones. Fui a México y, al regresar, Lima me parecía chica (ríe). Además, me cansé de las promesas, de que no se creyera en mí, que no me dejasen tocar mis canciones. ¿La sufrí en NY? Todos la sufrimos, hay que adaptarse. El peor enemigo es la nostalgia, si te entra, te regresas.

¿QUIÉNES FUERON SUS CONTACTOS?
Tímido nunca fui, entonces, si me cruzaba con alguien importante, me acercaba y me presentaba. Quien me llevó a la casa de Luis Ramírez, productor de la Fania, fue Tito Allen. Gracias a Ramírez me contacté con los productores de Lavoe. Mangual, otro gran productor y arreglista, me metió al mundo de los arreglos.

¿CÓMO ERA LAVOE?
Siempre fue mi ídolo. Era un tipo muy divertido. Y tenía la complicidad de la gente. Por ejemplo, empezaba a cantar y alguien hablaba. “Shut up, motherfucker”, gritaba, y la gente reía y se callaba. Toqué con él y llegamos a intimar. ¿Nos malográbamos juntos? Alcohol, sí; drogas, no. Él no quería que me invitasen (ríe).

TAMBIÉN TRABAJÓ CON CELIA.
Siete años. Recorrimos el mundo juntos. Como ella, nadie. Era muy amigable, buena persona. Lo mismo Willie Colón, con quien hemos pasado noches enteras contando chistes y bebiendo. Como músico suyo vine unas cinco veces a Lima. Marcó la historia de la música, no solo de la salsa. También he tocado con Perico Ortiz (una leyenda de la salsa de Nueva York), Ray Barreto, Johnny Pacheco, y he grabado con Jennifer López y con Cindy Lauper, con quien hice una fusión.

Y HACE DOS AÑOS FUE NOMINADO AL GRAMMY…
Sí, con los Black Sugar Sextet, donde hago jazz latino y salsa. La crítica dice que he creado un estilo propio. Me molesta que yo esté en una enciclopedia de la música, que toque en Estados Unidos, en Asia y en Europa y acá las radios ni siquiera pongan mis canciones. Cuando llevé un disco a una me dijeron que iban a 'observar’ mi trabajo. Les quité el CD y, al mes siguiente, fui nominado a los Billboard por ese disco. Lo que me entusiasma es que mis amigos de Puerto Nuevo, en el Callao, han hecho un mural donde estamos Celia, Lavoe, Blades, Colón y yo.
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